Siempre se ha tomado la inclusión escolar como meta
y desafío, pero, sin una mirada integradora de la persona, la mera
retención escolar, -a la cual la inclusión queda reducida-, deja a la persona
fuera de la sociedad.
Suele otorgársele una vacante a un alumno que repitió o que tiene
problemas en el aprendizaje, y se cree,
erróneamente, que de esa manera ya está “integrado”. En realidad no es así, si
no se le da a ese alumno en formación, su lugar, en la comunidad educativa. Un
lugar valioso, útil, independientemente de las fortalezas y debilidades, que
axiológicamente, puedan plantearse sobre su proceso de aprendizaje. Esto significa
que se lo tenga en cuenta, se lo llame por su nombre, le hagan señalamientos
sobre su conducta a solas, sin
avergonzarlo, o en el peor de los casos,
sin sacarlo de la escuela.
La integración es cambiar la falsa idea del cajón de manzanas
buenas con una podrida. Se dice que esta pudre a todas. Este planteo se suele
utilizar comparando a los alumnos con manzanas. Pero si renovamos este
pensamiento lineal, utilitario y anacrónico observando que cada manzana tiene
una función determinada, que no todas van al cajón de la frutería, sino que hay
otras que son necesarias para el compost, para mejorar la tierra, que tienen
otra función, que no todas son para vender como fruta comestible, nuestra
visión se hará más amplia, más rica y más útil. Es el ejemplo más claro para la
integración. El trabajo es mayor, porque es más realista, más complejo, más
rico, y dará mejores resultados que una enseñanza con mirada parcial, en una
sola dirección, como un caballo con anteojeras.
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