A
la escuela llegan niños golpeados o accidentados y la maestra debe
curarlos. Esto no figura en la planificación anual pero en
prioritario. La maestra los tiene que curar. Niños que llegan a la
escuela con dolor de cabeza y de panza porque están alimentados
deficientemente, o directamente por no haber comido.
La
maestra debe dejar los objetivos pedagógicos y buscarles alimento. Y
hay más. La maestra, asimismo, debe darles el afecto y la atención
que estos niños no reciben en sus casas, esas casas que muchas veces
están muy lejos de ser lugares de protección y de contención y
mucho menos de presencia de límites.
Los
padres y las madres de estas familias son, generalmente, víctimas
del abandono social. De niños sufrieron ellos mismos la exclusión y
sus padres –los abuelos de los actuales educandos- también
sufrieron la misma situación. La exclusión se repitió de
generación en generación y los condimentos son similares:
desocupación, adicciones, delincuencia.
El
niño llega a la escuela y descarga esa pesada mochila llena de
violencias. Allí están la falta de atención en las clases, la
falta de reconocimiento y respuesta adecuada a los límites, los
cambios bruscos de comportamiento. Esta aparente “falta de respeto”
hacia toda la comunidad educativa tiene su génesis en este contexto.
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